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ENSAYO CRITICO A LA OBRA LITERARIA: 

Semblanza Discurso 

«EL VIEJO MORALES» del Escritor y Maestro MANUEL LOPEZ PEREZ.”

Desde la primera página de «EL VIEJO MORALES» aparecen los VALORES LITERARIOS; tal es el de la gratitud cuando dice: «que en 1924 fue huésped de la familia Silvestre y que por el paternal afecto que le dispensaron nunca se agotará su reconocimiento para la pareja de los buenos viejos y jamás olvidará el fraternal cariño que le brindaron los muchachos Pedro, Jesús, Josefina, María y Nacha. 

Este valor humano, el de la gratitud, tan venido a menos en nuestros días, es en Manuel, como en todo espíritu noble, un elemento humano, un valor humano indestructible. A pesar del tiempo que ha transcurrido -1924 a nuestros días- ¡Cómo quisiera que nuestras actuales generaciones recibieran estímulos de esta índole! Lo deseo como padre de mis hijos y como maestro de adolescentes. Anhelo que mis hijos jamás olviden a los seres humanos que en la vida les hayan proporcionado un servicio, por insignificante que parezca. La ausencia de este valor humano en los jóvenes de nuestros días ocasiona actitudes innobles y hasta delictivas. En el segundo párrafo aparece el dolor del hombre que cuando niño no tuvo unos padres cariñosos que lo cubrieran de besos y atenciones. Manuel no lo dice, tal vez por un sentimiento de piedad a sus progenitores, pero lo deja ver, cuando entre signos de admiración dice: «¡Pedro y Chayo, cómo quisiera yo padres así para tantos niños de mi Patria que no gozaron la suerte de tenerlos buenos!». 

He aquí reflejado el inmenso dolor de sentirse huérfano a sabiendas de que se tienen padres. Debe sentirse una tristeza muy grande que ni el llanto de toda la vida es capaz de mitigar. Haber crecido sin el lenitivo de las caricias de la madre que nos trajo al mundo; estar creciendo cada día del cuerpo y del alma, sin que para él uno o para la otro exista una caricia o una frase de aliento. Ese DOLOR, y al mismo tiempo ese RESENTIMIENTO, es lo que se mira al leer el inicio del segundo párrafo que repito para recalcar: «¡Cómo quisiera yo padres así para tantos niños de mi Patria!» 

A esa oración en pretérito debiera cambiarsele la persona gramatical. Seguro estoy de que a Manuel ya le asomaba una gruesa lágrima en sus pupilas al escribir esto, las cuales diluye cuando intercala añoranzas y romanticismo al hablarnos de la victrola y de tales o cuales canciones; o de obras literarias, como “MARIA” de Jorge Isaac, que por entonces se leía con avidez. Se diluye en escenas costumbristas y en diálogos gongorinos y burlescos hasta que aparece el personaje de la novela: «EL VIEJO MORALES», a quien describe con la soltura de un escritor hecho y derecho, más por sus rasgos psicológicos que por sus características físicas, para terminar el primer capítulo haciendo gala del valor literario ya apuntado: el de la gratitud; que florece cuando nos anuncia que se de tuvo en Zitácuaro en compañía de su esposa para buscar la tumba de Josefina Silvestre; pero atengámonos a sus propias palabras: «Murió Doña Chayo, murió Nachita, murió Josefina. Buscando inútilmente la tumba de ésta en Zitácuaro, donde se había radicado al casarse, mi esposa y yo pasamos una mañana hurgando registros y recorriendo el cementerio florido como un huerto.

Cuando nos adentramos en el segundo tema: «EN LA ESCUELA NORMAL.», salta a la vista uno de los valores humanos más connotados y persuasivos: la amistad. ¡Cómo se aprecia el afecto que Manuel López Pérez sabe sentir por sus amigos. A Rafael Figueroa tocó la suerte de ser su primer amigo de la Escuela Normal de Morelia, sólo como amigo lo trata en su libro, y me consta que lo sigue queriendo como su gran amigo en la vida real; aun cuando la profesión y otras exigencias hayan puesto grandes distancias de por medio. De la amistad de Manuel yo puedo dar fe, y al efecto me constituyo en principal garantía por lo que en seguida voy a expresar: 

Sucedió que por el año de 1959 viviendo yo en la Ciudad de Uruapan y el Profesor Rodríguez en la Ciudad de México, sostuvimos periódica e ininterrumpida correspondencia; el citado Profesor Rodríguez, indiscreto como el que más, no tuvo empacho en leerle a Manuel López Pérez mis cartas; muchas de ellas les gustaron por el tono festivo que predominaba en ellas. A Manuel le parecieron adecuadas para integrar un librito; fui informado de ello, y yo, ni tardo ni perezoso me puse en obra, máxime que conservaba las copias al carbón. 

Adquirí un mimeógrafo, algunas cajas de esténciles, tubos de tinta y mucho papel del adecuado para las impresiones mimeográficas; luego vino la encuadernación a la rústica. 

En las vacaciones finales de 1959 y al principiar el de 1960, me radiqué en la Capital para asistir a los cursos de la Normal Superior; fue entonces cuando tuve el honor de ser presentado al Maestro López Pérez; en ese mismo momento me franqueó las puertas de su casa y las de su amistad; me recibió, para usar sus propias palabras «CON LOS BRAZOS ABIERTOS», Manuel era por esos tiempos consejero de la Presidencia de la República y no obstante sus múltiples ocupaciones, me dedicó las mañanas enteras de toda una semana para revisar y corregir, de cabo a rabo, mi trabajo mimeografiado. De dicha revisión resultó lo que posteriormente publiqué bajo el título de «Don Claudio el Pior». De sus valiosas lecciones sobre Literatura, de las muestras perdurables de su amistad de entonces y posteriores, dejo constancia de mi reconocimiento y de mi gratitud. 

Volviendo a la Obra que motiva este ensayo se ha fijado mi atención en las tan frecuentes alusiones que hace el Maestro Manuel López Pérez del señor Profesor Don Jesús Romero Flores; en ellas muestra el autor un respeto profundo para su Maestro, Quiero entender que lo que él dice del Maestro Romero Flores es válido para todos los que fueron sus mentores en la Normal. El respeto y la gratitud campean en todo el segundo tema; estos valores permanentes son dignos de comentario, porque Manuel los pasea por todo su libro. «EL VIEJO MORALES»; tal es el criterio que tiene formado acerca del tantas veces citado Maestro Romero Flores, al referirse a un humilde segundo lugar alcanzado por el Viejo Morales en un concurso de Oratoria. Dice textualmente: «Ocupó el Viejo el segundo lugar… etc. etc. Está bien, pero nadie, en el Personal Docente de la Universidad podrá vencer a nuestro Director.» 

Si el escritor exagera, nada le hace; no son los aspectos históricos los que interesan aquí; si hay hipérbole, que la haya, así tenemos la oportunidad de aquilatar el gran cariño de López Pérez por sus Maestros.

Y ya que vino a colación este tan recordado campeonato de Oratoria, bueno es que externe algunos conceptos sobre la personalidad de Manuel como orador. En verdad yo he tenido pocas oportunidades de escuchar sus discursos. Dos o tres piezas que le he oído me han causado la mejor de las impresiones. Sus amigos, sus compañeros de generación y los extraños lo conceptúan como un verdadero valor en el difícil arte de la Oratoria. El propio Manuel ha dicho que habla mejor que escribe. Todavía se recuerda jubilosamente aquel discurso que improvisó en Apatzingán de la Constitución; durante la gira política del Licenciado Agustín Arriaga Rivera, a propósito del nacimiento de uno de los hijitos del futuro gobernante; luego entonces, de las cualidades oratorias del Viejo Morales nadie puede ocuparse con mayor veracidad y justicia que Manuel López Pérez, otro orador. 

Uno más de sus discursos, este de timbre netamente político, fue el que dijo en Peribán, pueblo ancestral y fatalmente dividido en dos irreconciliables bandos. El señor Licenciado Arriaga Rivera le confirió, también cuando era candidato, el difícil encargo de resolver tan agudo problema. A Manuel le bastó un bien documentado, elocuente y patético discurso, el cual vino a incrementar su prestigio como orador. Y así podríamos seguir citando sus afortunadas incursiones en la oratoria, las que por felices y exitosas deben proporcionar a López Pérez una gran satisfacción. Ojalá que en algunas de sus próximas obras literarias nos relate sus experiencias como orador. 

Y viene el tercer tema: «CON LOS BRAZOS ABIERTOS». 

Dice su autor que nunca ha ejercido la profesión de Maestro; quizá se refiera a la atención de algún grupo de Primaria: primero, cuarto o sexto; porque funciones magisteriales en la enseñanza Primaria sí que las desempeño. En la página 49 de su obra dice: » Yo quedé como Inspector de la zona de León y pocos días después el nuevo director, José Meraz ordenó mi traslado a Celaya, allí me encontraba cuando vino la desaparición de poderes». Y Manuel López Pérez dejó de ser Inspector Escolar. 

Por diferencias ideológicas, así lo estimo yo, con alguna gente michoacana: “Martín Mercado y Méndez Aguirre” amainaron sus propósitos de continuar ejerciendo la profesión. Ofrecimientos valiosos no le faltaron -el autor nos habla de los de Mora Tovar y los de Lola Núñez- ya entreveo que esos ofrecimientos de ayuda estaban condicionados quizá a determinadas defecciones de su actitud política e ideológica. ¡Qué va! López Pérez no defecciona. Primero bebería, como Sócrates, la mortal cicuta, que renegar de su ideología o traicionar a sus amigos. Manuel es hombre vertical, de una pieza, como Melchor Ocampo, se quiebran, pero no se doblan. 

De manera pues, que aparece en la obra que comento el valor permanente, por humano, de la sinceridad. Este valor literario aparece en toda la obra, Y no podría ser de otro modo. El escritor deposita en su obra su propia personalidad. En ella se refleja su espíritu. El espíritu de Manuel es eminentemente rebelde, y más cuando se ve acosado por la incomprensión o por las limitaciones económicas. Por el hecho de ser el hombre de una pieza, de ser sincero con todo el mundo, es una garantía que ya la quisieran para sí otros que presume de ser muy hombres. Mas la sinceridad y la verticalidad lejos de ser manchas que empañen la personalidad, son valores positivos que la incrementan, Mil veces preferibles en los puestos de alta investidura hombres sinceros y no hombres que se metamorfosean según las tendencias e intereses políticos del momento. 

López Pérez dice que es egoísta, he aquí una muestra de ser sincero; y sí que lo es, sólo los santos no lo serán, pero en desquite de ese defecto, si a defecto llegare, se me ocurren algunas ideas al respecto. Los hombres, digo los hombres, no los santos, que se diluyen en lo social, no pasan de ser entes mediocres, en cambio los hombres que conservan un desarrollado sentido de su propio yo, han alcanzado alturas estratosféricas en la ciencia, en el arte, en la técnica. Manuel es un artista, las letras Michoacanas tienen un representante idóneo porque él es un artista. 

La parte que más me agrada de todo el tercer tema es la que se refiere al amor que profesa a su esposa Josefina. 

«Mi esposa resultó un acierto -dice- que realmente no merecía yo. Ejemplar heroico de la mujer mexicana, ha sido en mi vida impulso positivo siempre, como el del remo en la barca, como el del ala en el pájaro, Musa y hembra, rescató mi vida para el bien y ha sido mi guía en las regiones de la derrota y del dolor. Con calor amoroso en el alma, ha seguido mi senda con los pies desnudos, vistiendo el traje de la miseria, llevando en sus brazos al más pequeño de los hijos, con el orgullo con que lo llevaría si fuera el hijo de un rey. El corazón de esa mujer es hermosísimo, su voluntad es la del alucinado, y no sé si decir que dejó su estrella por la mía o se convirtió en estrella para servir de orientación a mi nave». 

Ese diálogo que sostiene con el Viejo Morales es para mi gusto, una de las partes más bellas de la obra; en él se manifiesta el valor humano que mueve al hombre para su bien o para su mal: EL AMOR. Este es el valor permanente más fuerte de todos los valores literarios y humanos. De las obras de Shakespeare la que más me gusta es su «Romeo y Julieta», porque es el amor el valor literario que impera al través de las páginas de toda la obra. 

En fin, Manuel López Pérez, en tu «VIEJO MORALES», eres tú mismo. 

Este convivio organizado por dos familias amigas de Manuel; la familia de Macarito y la mía, tiene el sello de la amistad, de ese valor humano del que Manuel hace gala al través de las páginas de su obra, obra que en última instancia, está inspirada en el valor literário y humano de la amistad. 

Abrigamos la esperanza de que el escritor López Pérez siga entregándonos los superiores dones de su inspiración artística para honra y prez de la letras michoacanas y para satisfacción de los que somos sus amigos.