Articulo Teatro
El universal
«El Universal» del dia seis del mes en curso informó que el Japón regaló a México cien mil árboles de cerezo, y agregaba el reportero, entre otras cosas que el dón se explicaba “con el propósito de brindar GRAN SENTIDO a las relaciones culturales y comerciales de México y el país donante” y que «los árboles son tradicionales del Japón». Las palabras que destacamos fueron necesariamente inspiradas, si no es que usadas por el señor Embajador Kanishiro Kubota, pues coinciden con el alma japonesa que nos enseñó a conocer Lafcadio Hearn (Kokoro) y con las esencias del perfume caballeresco nipón que nos enseñó a percibir Inazo Nitobé en las delicadas páginas de su “Bushido», hermanas en la sutil belleza de aquellas que regaló al Occidente la pluma singularisima de Okakura Kakuzo.
Gran sentido, en efecto, da siempre un hombre o un pueblo a su trato con otros hombres o con otros pueblos, si es un hombre bien nacido que honra a sus antepasados y como residencia de estos, al suelo de su patria con todo lo que guarda: historia, vida y leyenda. Dar es un arte supremo, no tanto por la generosidad discreta que debe usarse al hacerlo, sino porque al seleccionar el regalo está tremendamente comprometida la capacidad de valorar y de valorarse, de estimar a los otros y de estimarse a sí mismo: al donar se tiene que exhibir la tabla de valores con que consideramos al semejante y ella puede convertirse en el error o en el acierto, en la escala que denuncie nuestra íntima proporción axiológica, nuestro más exacto caudal a estimar.
Para quienes somos descendientes de monjes y caballeros, así consideraremos nuestra sangre india o nuestra sangre hispánica, la donación japonesa es suprema, porque con la flor de sus cerezos nos ha dado el símbolo más alto de su historia, la expresión de su intimidad más profunda: su alma.
“Si alguien os pregunta cuál es el alma del Yamato, Respondedle: la flor del cerezo silvestre, exhalando su (perfume al sol naciente.»
“Shikishima no Yamatogokoro wo hito tiwaba, Asahi ni nioo yamazakurabana.”
Así cantó un poeta. Y en efecto, la SAKURA ha sido por miles de años la favorita del pueblo japonés y el emblema de su carácter. No al de el bardo y sabio oriental a una planta curativa, había de un producto silvestre, en el sentido de natural, de indígena del suelo, cuyas cualidades accidentales podrán tener en común con flores de otras tierras, pero que en lo esencial es resultado original y espontáneo del clima nipón. «Y no es sólo el origen su único título a nuestro cariño, -explica Nitobé– el refinamiento y gracia de su belleza conmueve nuestro sentido estético como ninguna otra flor puede hacerlo. No podemos compartir la admiración de los europeos por sus rosas, que carecen de la sencillez de nuestra flor. Además, las espinas ocultas tras la dulzura de la rosa, la tenacidad con que se aferra a la vida, como si temiera deshojarse antes de tiempo, prefiriendo marchitarse en el tallo, sus ostentosos colores y fuerte perfume, todos estos son caracteres opuestos a los de nuestra flor, que no oculta puñal ni veneno tras su belleza que está dispuesta a dejar la vida al primer aviso de la naturaleza; cuyos colores jamás son vistosos y cuyo ligero perfume jamás marea. la belleza del color y de la forma es limitada en su apariencia; es una cualidad fija de existencia, mientras que su fragancia es volátil, etérea, como el alimento de la vida. Por eso en todas las ceremonias religiosas, el Incienso y la mirra desempeñan una parte importante. Hay algo espiritual en el olor. Cuando el delicioso perfume de la SAKURA anima el aire matinal, al levantarse el sol en su carrera para iluminar las primeras las islas del lejano oriente, pocas sensaciones son más serenamente alegres que aspirar, por decirlo así, el espíritu mismo del espléndido día.»
Y con cierta zozobra melancólica formula el elegantísimo escritor que citamos estas preguntas: «Es, pues, esta flor, tan dulce y efímera, arrastrada por el soplo del viento y, después de haber exhalado una bocanada de perfume, dispuesta a desvanecerse para siempre, es esta flor el tipo del espíritu del Yamato? ¿Es el alma del Japón tan frágilmente mortal?
Si el Bushido, –sigue Nitobé refiriéndose al alma heroica del Japón como código independiente de moral, puede desvanecerse, su poder no perecerá sobre la tierra; sus escuelas de proezas marciales o de honor cívico podrán ser demolidas, pero su luz y su gloria sobrevivirán largo tiempo a sus ruinas. Como su flor simbólica, después de haber sido esparcida a los cuatro vientos, todavía enviará a la humanidad la bendición del perfume con que enriquecerá la vida.
Siglos más tarde cuando sus devotos hayan sido enterrados y hasta su nombre olvidado, su olor vendrá flotando en el aire, como de una lejana colina invisible a la cual no alcanza la mirada desde el borde del camino. Entonces en el bello lenguaje del poeta cuáquero:
“El viajero experimenta la grata sensación de un perfume cercano, no sabe de dónde, y haciendo alto, recibe en su frente descubierta la bendición del aire.”
La inigualable página que acabamos de citar confirma lo que asentamos al principio sobre el gran sentido del regalo japonés y sobre el valor tradicional del cerezo, como su símbolo delicado y altísimo. Cortesía, arte, valor (solo Platón comprendió con semejante claridad al Yamato el verdadero sentido de esta palabra que nombra un virtud), gracia, lealtad, justicia, benevolencia, honor, veracidad, valores son que integran al alma japonesa, en interacción armónica por la cual una engendra a las otras dando por maravilloso resultado la presencia de todas en el carácter e tan ejemplar nación carácter que está simbolizado en la flor del cerezo, como nuestro signo racial histórico muestra nuestro lábaro con su águila y su serpiente: serpiente con que el indio significó el saber terrestre; alas y garra del combate, fuerza y vuelo con que dimos la réplica heráldica a los agresivos leones de la corona castellana.
Mexicanos comunes y corrientes como lo somos, sin más blasón que los fervores por el bien, la verdad y la belleza, agradecemos a la admirada nación japonesa la delicadeza exquisita en que hacemos consistir el altísimo valor de su regalo.
Manuel López Perez
Al gran diario de México “El Universal”,
rogándole hospitalidad.
Al pueblo japonés, por conducto del Excelentísimo
Señor Embajador Kanishiro kubota.
Referencia: Insurgentes 377-503
México, D.F.