Home > publicaciones > ARTICULO-EL SEPULCRO DE CHAVEZ GARCIA-POR MANUEL LOPEZ PEREZ

EL SEPULCRO DE CHÁVEZ GARCIA 

ARTE MEMORIAS 

Manuel López Pérez. 

La gente de mi edad y también aquella que son amiga de la Historia, saben que José Inés Chávez García fue un célebre guerrillero villista que operó con gran éxito legítimo primero y como bandido después, en Michoacán y algunos estados limítrofes. A mi juicio su actividad militar, o más bien armada es paralela a la del Centauro del Norte, don Francisco Villa. A los dos podrían demarcárseles sus dos épocas así, antes de Celaya (7 de abril de 1915) y después de Celaya. ¿Quién no admira antes de la fecha indicada, en la línea de juicio que se dirige a los guerrilleros, al General Doroteo Arango, convertido poco a poco, a partir del maderismo en el Jefe terrible de la División del Norte? Yo lo admiro por su eficacia de Ariete revolucionario que destruyó al ejército huertista, y no es obstáculo para ello la serie de anécdotas de barbarie que se le atribuyen, así sean ciertas, porque hay hombre que son como fuerzas naturales: poderosas y ciegas, y todos los hombres participamos aunque sea en un mínimo grado, de esa fuerza y de esa ceguera. Ni Chávez García ni Villa son bandidos por vocación. A la vida fuera de la Ley los llevaron, no fueron por su albedrío. Abigeo Villa pero lo es como lo puede ser un fugitivo de la garra tremenda de la mafia de los hacendados omnipotentes que perseguían al que habla castigado a quien maltratara la dignidad de su hermana. Esa canallada y la injusticia de la persecución de la que tenía que huir por no garantizar nadie la imparcialidad de los tribunales, le obligó a meditar en que su problema no era único, sino de los eponos de México, y que había que combatir ese estado de cosas. Allí comenzó su abigeato, para vivir, para pertrecharse, para hacer amigo, para hacer conciencia de grupo. Madero lo da oportunidad primero, luego don Venustiano. Entonces se convierte en el martillo que como el de un Vulcano implacable, quebranta el espinazo del ejército del usurpador. Época del héroe popular. Irrita ver en la Historia como lo posterga Carranza y cómo lo hace sobrepasar los límites de la collera humana, para llegar a la salvaje cólera de las fieras. Sin embargo, cuando la convención de Aguascalientes, bajo sus auspicios y los de Zapata, nombra Presidente de la República a Eulalio Gutiérrez, se le da la razón al varón de Cuatro Ciénegas. Y es Don José Vasconcelos, que estudia en el campo del villismo, quien se encarga de relatar el fracaso de don Eulalio por el  salvajismo de Zapata y de Villa.

Yo dejo la Presidencia y el trato con usted –dijo Eulalio a Villa– y me largo de aquí aunque sea en burro. Y Villa mandó por guardias al Presidente. Guardias que afortunadamente pudo burlar el primer mandatario convencionista , quién en compañía de sus Secretarios de Educación –Vasconcelos y de Guerra– Chabelo Robles, salió huyendo hacia el norte.

Consúltense a este respecto las obras de Vasconcelos –lo recomendamos por haber sido villista y furioso enemigo de Carranza, sobre cuya tumba quería bailar la Danza de Zarathustra, si se quiere saber de este fracaso de los patrones de Eulalio Gutiérrez.

Sigo con Chávez García. Seguidor de Villa, tiene en su favor la simpatía de los pueblos que lo ayudan en todos sentidos: conduciendo cerca de cinco mil hombres, solo mueve la mitad porque la otra la deja en calidad de gente pacífica y el pueblo nunca la denuncia. Vuelve, su bagaje de heridos toma con todo el cuerpo que regresa, su respectiva zona de descenso, y el pueblo auxilia a esa gente vez de denunciarla a las fuerzas enemigas. No falta quien diga que Chávez García participaba de la simpatía popular, lo mismo que Villa, debido a que se le creía partidario de la Iglesia Católica

Pero pierde Villa el combate de Celaya, es rechazado hacia el Norte con un mínimo de seguidores, y el antiguo Divisionario vuelve a los tiempos del abigeato, sino que ahora ya sin causa justificada, no por la derrota sufrida ante Obregón, sino per no haber sido capaz de respaldar al Gobierno de la Convención. Paralelamente,  Chávez saborea la margura del fracaso de su Jefe, y como él hace bandolerismo en vez de militancia armada en favor de ideales cívicos, entonces, el pueblo víctima lo abandona y lo persigue. Su índice lo señala a las fuerzas carrancistas. Ya no hay cuarteles seguros ni favores gratuitos, ya no hay simpatías, hat odio, rencor, desencanto, deseo de venganza. Pueblo Nuevo, en Jalisco incendiado, con quenas de ciudadanos, asesinato de hombres, mujeres y niños, violación de mujeres –muchas prefirieron las llamas de la deshonra– el triste monumento de la odiosidad Chavista, dizque llevada a los hechos de horror mencionados, “porque los Curiel, -bravos ciudadanos, defensores del honor de sus familias había– hecho resistencia”.       

El pueblo derrotó a don José Inés y yo presencié, probablemente al último día de su existencia. (Un paréntesis, para entrar ya al asunto central de esta nota: la influenza española atacó a Chávez y a su gente, pero –insisto– ya no pudo resistir este enemigo imprevisto, por falta de acomodo en los lugares antes aprovechados como zonas de hospitalización, porque ya el pueblo lo habían rechazado de su corazón). 

Eran como  las diez de la mañana de aquel dia –muy caluroso– cuando la chiquillería de mi barrio (el de la Sierra) se arremolinaba en torno del pozo de Luz Camacho –la de Liopo– perforado en un solar de los más altos del pueblito (Santa Fe del Río). Un desorden tremendo en los comentarios, porque se acercaba gente armada. Mi padre se quejaba de que mi tío Abraham López, si los que llegaban eran chavistas, “nomás venía a encochinar”, queriendo decir que venía a ponernos en peligro con sus visitas, ya que cuando llegaba el gobierno, los carrancistas, los amigos o parientes del bando contrario la pasaban muy mal abrumados de molestias y toda clase de vejaciones. Otros decían que era el gobierno. Y qué estaría bueno hacer. (En realidad el fin de Chávez se presentía y ya la gente se iba inclinando al gobiernismo, por si las moscas, dado que faltaba una auténtica orientación en aquellos grupos de pueblerinos ignorantes y amantes del chismorreo. La campana del templo confirmó que iba a entrar por la Cruz Verde, gente de caballería según el reporto traído al corrillo del pozo de Luz, por curiosos que habían ido a treparse a la torre. Diez minutos más tarde, llegaron en efecto unos centenares de hombres cadavéricos, con chiquiadores, vendados a la altura de las sienes. Se veía que anhelaban recostarse abandonando las monturas tan flacas y fatigadas como sus jinetes,. a nuestro corrillo llegó la noticia de que en el Portal de don Juan Bosco, estaba Chávez García en una camilla; que venía muy enfermo, casi moribundo. Después ee dijo que se había levantado sonriente, y diciendo que venía a sí para engañar al Gobierno, pero que estaba sano. Contaron que montó un caballo, lo rayo varias veces en distintas direcciones, y volvió a su camilla. 

No hacía quince minutos que los Chavistas habían llegado, cuando la campana volvió a sonar con la contraseña de alarma. Desde el pozo de luz se vela claramente el Plan de Antzihuácuaro, y a quince minutos a pie, de lugar en que estábamos, apareció la cabeza de la columna federal. En la plaza sonó un toque para mí desconocido, pero inmediatamente todos aquellos cadáveres ambulantes que acaban de recostarse donde habían podido, o aún andaban consiguiendo un jarro de agua, un taco, una aspirina, tuvieron que volver a montar su jamelgos cuyos rosinantescos trotes deben retumbado en sus cabezas doloridas en forma espantosa. 

Un cañoncito de montaña empezó a disparar desde el plan. Mi padre tenía un amigo a quien llamaba Andrés (Olivares) El Coyote. Este se encontraba en su casa, recargado en la pared oriente de la construcción de adobe. Allí pego una bala de cañón. Solo empujó el adobe y con él al Coyote que cayó de bruces, sin golpe fuerte siquiera. Entre tanto, Ya, en la vanguardia, Chávez García, en su camilla, rodeado de sus más adictos jefes, marchaba sobre el cerro de Huandaro, dirección en que lo seguían penosamente los soldados. Yo había dejado el pozo de Luz y me había trasladado al portal de Moco, y por eso vi salir a don Inés en las condiciones dichas. 

El gobierno llegó, pero no se detuvo, porque veía a los fugitivos a unos cuantos de metros de distancia y había la decisión de acabar con ellos. Sin embargo, entre los matorrales del cerro se hizo alguna resistencia, y el ejército de fantasmas siguió hacia Penjamillo y Purépero –ciudad muy adicta a Chávez García-. Hasta allí fui testigo. En los días siguientes nada supimos en el pueblo, pero todo el cerro en el que teníamos ecuaros, quedó cubierto de cadáveres que picoteados por los zopilotes, coyotes y demás alimañas, estaban mutilados y en plena descomposición, inundando el aire de fetideces insoportables.

Pasaron muchos años, y muchas cosas, entre otras al lugar donde murió y fue sepultado Chávez García quedaron en el misterio. A primera vista, la cosa parece rara, pues hasta el último momento lo rodearon algunos amigos fieles. Quizá algunos guardaron silencio y otros se marcharon lejos, a los Estados Unidos. Así lo hicieron en mi pueblo, Abraham Martínez que había andado con Pancho Narciso, aunque poco tiempo; Nacho Mono –Ignacio Gerardo–; José Cerda– mi compá José, mi tío Abrahán López. Y así por el estilo. 

Misterio. Conjeturas. Unos decían que Inés había muerto en la sierra de La Leonera y que en una cueva había sido enterrado. Misterio.

Ya en muchas ocasiones, en mis modestos folletos, he hablado de don Malesio Moreno Ramos, y cómo conducía a nuestro grupo de estudiantes por pueblos y ranchos del 17o. Distrito –que él representaba en el Congreso Local –”para que cumpliéramos nuestros deberes con el pueblo que nos mantenía durante los estudios, sirviéndole en lo que pudiéramos: llevar bancas a las escuelas, libros, materiales varios; visitar las comunidades agrarias, hablarles, organizarlas, y así por el estilo. No eran raros, no obstante la austeridad del señor Moreno, los agasajos que se le ofrecían y en los que nosotros recibíamos parte inmerecidamente. Los acompañaban, aparte de nosotros, muchas personas de las localidades, y entre ellas un charrito –ito despectivo, pues el hombre era alto y fuerte, aunque ya maduro, de ojos claros y muy colorado de su rostro (como la pieza cómica dice de la mujer del caporal –a quien don Melesio colmaba de atenciones. Yo, atrevido mozalbete de diecisiete años, le pregunté un día: 

–Señor Moreno, ¿por qué tanta cortesía con ese charrito?

— Ah, ¿Don Jesusito Duarte? 

— No sé como se llame, pero me ha llevado la atención que usted lo 

distinga tanto.

— Bien observado, Manuelito. Se lo voy a explicar: don Jesusito fue de todas las confianzas de Chávez García en Purépero (cabecera de nuestro Distrito electoral). Los actuales criterios no son otra cosa que los chavistas de antaño. Bien. ¿Ha sabido usted que en nuestras tierras –la del Distrito que yo represento, se haya registrado alguna hazaña cristera? 

–No.

–Pues allí tiene usted lo que me preguntaba…¿Me entendió?

–Sí, Señor. Muchas gracias.

Pasó mucho tiempo, y una tarde, tomando café y oyendo música en grabaciones selectas, nos encontrábamos varios amigos en Latacunga 918, de la Colonia Lindavista ta en la casa de Amador Cerda, quien había sido Presidente municipal de Purépero en los días de la política morenista en el 17. Distrito. Entre muchas cosas, nos hablaba de los éxitos de su hijo como catador de café, de los que ganaba, de lo curioso de la habilidad o más bien de la educación del gusto. De pronto, fuimos a dar con el tema de la muerte de Chávez García.

Contaba don Jesusito Duarte cuando estaba de buenas o se le pasaban las copas –comenzó a decir Amador, y yo empecé a recordar al charrito– que don Inés llegó un día, más bien una noche, en camilla, con unos cuantos hombres y perseguido de cerca de los federales. No se detuvieron los chavistas en el pueblo, no obstante ser el lugar con sentido del guerrillero. Se limitaron a buscar un médico a quien llevaron a fuerza con ellos, pues salieron hacia la sierra.

-Te mataremos si dejas morir al General –le dijeron al médico, y lo obligaron a marchar a pie junto a la camilla.

El Dr. caminaba tomando el pulso al enfermo, y antes de parar en el lugar que seguramente habían escogido, se dió cuenta de que el General había muerto. Al llegar e improvisarse el campamento, dijo la verdad– ¡y qué otra cosa podría haber dicho: y se armó la de Dios es Cristo. Querían matarlo, pero alguien se impuso diciendo que nadie tenía la culpa de aquello.

–Pero ¿cómo podía morir el General, si cuando X., creyéndolo dormido en la camilla, quiso tomar el dinero que guardaba, sacó la pistola y lo retiró siendo un milagro que no lo matara o u ordenara su muerte? Cómo es posible, si le dijo al que pretendió tomar el dinero: todavía no, mira: y se levantó, montó a caballo y lo rayé en varias direcciones?

-Pues los hechos son hechos, señor, –dijo al Médico. 

Se pensó en el entierro. 

El Gobierno, entretanto, había llegado tras de los chavistas y había tratado de saber el rumbo que habían tomado. Nadie lo dijo. Más bien, los vecinos dieron direcciones opuestas a la verdadera. Se fueron las fuerzas federales. 

Sabido en el campamento chavista el retiro del gobierno, al peso de la noche regresaron a Purépero, y pusieron –con astucia increíble– el cuerpo de en el sepulcro de un párroco recientemente sepultado. Tuvieron, además cuidado de que se abrieran varias cosas nuevas que, naturalmente volvieron a cubrirse…vacías. 

Regresó el gobierno, sospechando algo, o bien avisado por algún traidor que nunca falta. Registró el cementerio, pero nada encontró. Misterio. Nadie supo jamás o no quiso decirlo, dónde quedaron los restos de Chávez García 

Así decía don Chucho Duarte, concluyó Amador Cerda sonriendo.

Los hijos de Don Melesio Moreno tuvieron la gentileza de invitarme a Purépero, para ver la Escuela que estaba construyendo con fondos de ellos –lo mismo que otra Zacapu– y que llevaría el nombre del que fuera mi amigo y protector. Nos reímos en la Presidencia Municipal, y recayendo la conversación de las numerosas personas presentes, casi todas de edad mayor, sobre el lugar de inhumación de Don Inés, tuve la clara sensación de que conocen el sitio donde está sepultado, casi todos los pureperenses, pero que no lo dicen porque quisieron y quieren a pesar de todo el guerrillero que tanto quiso a Purépero, y temen que de dar a conocer el lugar en que yacen sus restos, sean éstos objetos vejaciones profanas. Tienen razón, La muerte purifica.

Pero ¿no sería conveniente interesante, desde el punto de vista histórico, que se hiciera una investigación seria sobre el caso, con el propósito de sacar del misterio los huesos de un hombre que fue notable y que como todos fue bueno y malo a la vez? Una biografía del guerrillero nacido en Godino, pueblo cercano a la zona donde nació otro famoso héroe popular, Benito Canales (Tres Mezquites), lo valorizaría con juicios serenos y definitivos pues, –dice Hilario Reyes que los chavistas fueron agraristas posteriores, y por lo que mi pueblo se refiere tiene mucha razón–. Esta obra daría confianza a los pureperenses para descubrir su secreto, ante la promesa oficial de respetar los despojos de un hombre que por algo goza aún del cariño del pueblo Purépero. 

Guanajuato, Gto., a 7 de junio de 1971 21. 22.  hs.